MIGUEL  DE  AZCUÉNAGA

 

Miguel de Azcuénaga nació en Buenos Aires en 1754. Pertenecía a una familia de comerciantes vizcaínos de holgada posición económica.

Su padre lo envió a España para que concurriera a las escuelas de primeras letras de la Madre Patria. Una vez que concluyó sus estudios en una escuela confesional de Málaga, manifestó tempranamente su inclinación por dedicarse al comercio, de modo que su padre, confiando en su responsabilidad, lo nombró su representante mercantil en España durante el año 1773.

Durante su permanencia en la península, se dio cuenta de las trabas burocráticas que dificultaban el comercio con las colonias americanas, y tomó contacto con las ideas de los filósofos de la Ilustración.

 

De regreso en Buenos Aires, el  futuro virrey Vértiz lo designa subteniente de la compañía provincial de milicias de artillería de Buenos Aires, pues se acostumbraba otorgar funciones militares a los jóvenes de las familias más distinguidas.

Contrajo matrimonio muy joven con Justa Basavilbaso, con quien tuvo cuatro hijos.

En 1776, con sólo 23 años, se lo nombra regidor del Cabildo de Buenos Aires, debido a sus condiciones personales y a la influencia que ejercía su padre gracias a su elevada posición económica.

En 1789 continúa formando parte del Cabildo en el cargo de alcalde de segundo voto, y al año siguiente se lo distingue en la función de Síndico Procurador General por el término de cuatro años.

 

En 1801 el virrey Joaquín del Pino lo designa coronel del batallón de voluntarios de Buenos Aires, confirmado posteriormente por el rey de España, función que le otorgaba el mando de las milicias de la gobernación-intendencia (provincia) de Buenos Aires, cargo en el que permaneció hasta 1812.

Durante las invasiones inglesas participó en la defensa del puente de Gálvez, al mando de las milicias junto a Pueyrredón.

 

En 1809, el virrey Cisneros convocó a una “junta de notables” para que tratara la liberalización total o parcial del monopolio que regía en las relaciones comerciales entre las colonias y la metrópoli.

Azcuénaga fue convocado como vocal de la junta. En ella defendió resueltamente la posibilidad de aplicar reformas a favor del comercio libre, aun sabiendo que dichas medidas perjudicarían los intereses de antiguas amistades suyas. Su decisión en tal sentido se fundaba en el hecho de que debía defender (entendía) lo más conveniente al interés público.

De esta actuación arranca la confianza y especial consideración que le tributaron los organizadores de la revolución de 1810, unido a la circunstancia de que en varias ocasiones había manifestado su preferencia por la forma de gobierno republicana.

 

Invitado a concurrir al Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, su voto se manifestó a favor de la destitución del virrey y de la convocatoria inmediata de las provincias para que eligieran los representantes que habrían de resolver sobre los destinos del país, aconsejando que entre tanto el Cabildo asumiera el gobierno transitoriamente.

Designado integrante de la Primera Junta de Gobierno Patrio en carácter de primer vocal, sus ideas lo llevaron a alinearse con el grupo que formaban Moreno, Castelli, Belgrano y Paso. Se oponía, por consiguiente, a la tendencia que representaba Saavedra, quien ostentaba el mismo grado militar que Azcuénaga, el de coronel.

 

El golpe de estado del 5 de abril de 1811, promovido por los saavedristas, dispuso la destitución y destierro de los dirigentes que habían formado parte del grupo morenista. Fue así como fueron exiliados a Mendoza: Azcuénaga, Posadas, Rodríguez Peña, Larrea y Vieytes.

En 1812, el primer Triunvirato permitió el regreso de los desterrados, le otorgó el título de brigadier del ejército y lo nombró gobernador intendente de Buenos Aires.

 

Al constituirse el Directorio, Posadas lo nombró integrante del Consejo de Estado asesor del Poder Ejecutivo, sin otorgamiento de sueldo.

En 1818 fue elegido para ocupar una banca de diputado en el Congreso general constituyente que había sesionado anteriormente en Tucumán. Tenía en ese momento 64 años y su salud era delicada.

En 1828 aceptó viajar a Río de Janeiro junto con otros representantes de nuestro país, para ratificar el tratado de paz que daba término a la guerra con Brasil. En ese momento, el gobernador de la provincia era Manuel Dorrego, jefe del partido federal.

En 1830, el gobernador Juan Manuel de Rosas le pide acepte el nombramiento como jefe de las milicias pasivas de la provincia de Buenos Aires.

Azcuénaga acepta y envía una nota al gobierno que dice así: “En este caso el infrascripto se olvida de sí mismo y de cualquiera que hayan sido sus servicios, y aunque dilatados, no se siente con valor para interponer excusaciones en el que hoy nuevamente se le designa”. “El gobierno me llama a una edad septuagenaria y el gobierno debe prometerme toda indulgencia en los defectos que produzca mi avanzada edad”.

 

Personalidad moral

En numerosas ocasiones, pagaba de su patrimonio privado, compras efectuadas por la Junta para finalidades de gobierno.

Durante su destierro en Mendoza, ordena a sus familiares de Buenos Aires que colaboren con dinero y ganado para el Ejército del Norte, con cargo a su patrimonio particular.

No había obra cristiana, de beneficencia o de caridad, que no fuera auspiciada por él o por su esposa.

Al decir de sus contemporáneos, “fue un vasco de ley”.

 

La residencia de Olivos

Falleció en 1833, a los 79 años, en su “casa de campo” de Olivos. También poseía una “casa quinta” más cercana, en Retiro.

Una de sus hijas casó con José Olaguer Feliú, uno de cuyos antepasados fue virrey del Río de la Plata.

El último descendiente directo de Azcuénaga por línea femenina, Carlos Villate Olaguer, en su testamento cedió al gobierno nacional la “Chacra de Olivos”, residencia en que el prócer terminara sus días. Esta cesión fue efectuada con especial indicación de que debía destinarse a “Residencia Presidencial”. Al cumplirse el centenario del fallecimiento de Azcuénaga, en 1933, funcionaba en ella una colonia de vacaciones para niños débiles.

Por Gerardo Celemín