BENJAMÍN MATIENZO
Nació en 1891 en San Miguel de Tucumán, hijo de Benjamín Matienzo, jurista y magistrado. Estudió en el Colegio Nacional de Tucumán. En 1909 ingresa en el Colegio Militar de la Nación, recibiendo el grado de Teniente.
Seguidamente estudió en la Escuela de Aviación Militar de El Palomar, debido a su interés por la naciente actividad aeronáutica. Recibió las credenciales de Aviador civil y de Aviador militar. El 23 mayo 1918 realizó exitosamente un raid El Palomar-Tucumán, con escalas en Rosario, Rafaela, La Banda y Santiago del Estero.
Se radicó en Mendoza a fines de 1918, revistando en el batallón Nro.5 de ingenieros militares.
Desde hacía algún tiempo, Matienzo y sus camaradas el capitán Pedro Zanni y el teniente Antonio Parodi se habían propuesto cruzar la cordillera de los Andes, un sueño para muchos pilotos de aquellos tiempos.
El propósito era emular la hazaña que había realizado el 12 de diciembre de 1918 el teniente aviador militar chileno Dagoberto Godoy, uniendo Santiago de Chile con Mendoza.
Con la autorización del Ministerio de Guerra realizaron vuelos de entrenamiento y estudios de la alta atmósfera, apoyados desde tierra por personal técnico especializado.
Todos los vuelos encontraron siempre fuertes corrientes de aire del cuadrante Oeste que les impedían continuar, poniendo en peligro la integridad de las máquinas.
De todos modos, los tres aviadores se aprestaron para la aventura de atravesar la cordillera a una altura de 6.000 metros.
Levantaron vuelo el 28 de mayo de 1919 a las 6.40 horas desde el campo de aviación Los Tamarindos en máquinas francesas.
Al poco tiempo debieron regresar Zanni y Parodi, el primero por agotarse el combustible y el segundo por desperfectos en el motor.
Pasaron algunas horas sin noticias de Matienzo, pero la lentitud de las comunicaciones justificaba el silencio.
Ante la perspectiva de un accidente, las autoridades policiales destacaron comisiones que recorrieron Las Cuevas, Zanjón Amarillo y Tupungato, porque los últimos datos que se tenían situaban el avión desplazándose en dirección N.O. hacia Las Cuevas.
Asimismo, comisiones militares chilenas reconocieron la parte transcordillerana del Juncal, Río Blanco y Caracoles.
La acción terrestre fue completada con vuelos de exploración por ambos lados de los Andes, pero los temporales de nieve cada vez más frecuentes obligaron a suspender las operaciones.
Pasó el invierno y se produjeron los deshielos. A mediados de noviembre 1919, el comisario de Las Cuevas tuvo la idea de recomenzar la búsqueda.
El 17 noviembre partió la modesta expedición al mando del comisario Pujadas, que prosiguió al día siguiente.
En la madrugada del 18 noviembre, el grupo volvió a partir. Formaban la patrulla el comisario Pujadas, el guardahilos de la compañía telegráfica de Sud América Juan Hernández, el cabo Teófilo Morales y el agente Antonio Zelayes.
Eran las 9.00 a.m. cuando llegaron a una casucha en la primera serie de minas del valle de Las Cuevas, a 4.000 metros de altura.
A unos 14 km. del punto de partida, los expedicionarios hicieron un alto para descansar. Media hora después, el grupo partió hacia el Norte. A menos de 60 metros de allí, el chileno Juan Hernández gritó: “¡Ahí está Matienzo!!”.
En efecto, su cadáver apareció reclinado en una saliente de roca. Vestía un traje oscuro, una tricota blanca desgarrada por las aves de rapiña, pantalón, botas negras y ropa interior de lana. El estado de las botas evidenciaba que había caminado un gran tramo desde la caída del avión.
A unos 20 metros se encontró el casco, un pasamontañas y vestimenta arrastrada por el viento.
De las 6 balas de su revólver, faltaban dos. Luego se descartó la posibilidad de suicidio.
En febrero de 1950 una expedición encontró el avión a 150 metros de la frontera.
Con estos elementos, pudo reconstruirse el accidente. Se agotó el combustible, sobrevoló territorio chileno y realizó un aterrizaje forzoso en la cordillera.
Caminó varias horas tratando de orientarse para llegar a Las Cuevas, lugar que había sobrevolado antes. Debió soportar la nieve, tempestades de viento y falta de alimentos.
Trató de descansar al amparo de unas rocas, pero el frió lo fue paralizando y murió por congelamiento en el valle de Las Cuevas, a los 28 años de edad.
En su monumento que se levantó en la ciudad de Tucumán se grabó la siguiente inscripción: “Águila humana que sin fuerzas y sin alas, a golpes de corazón dominó el espacio y murió venciendo”.
Por Gerardo Celemín