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Lucio V. Mansilla

Lucio  V.  Mansilla

 

 

Nació en 1831. Su nombre completo era Lucio Vicente.  Su padre, Lucio Mansilla, había llegado al grado de general del ejército de la Confederación, y había contraído matrimonio con Agustina Ortiz de Rozas, hermana de Juan Manuel, modo que Lucio V. era sobrino del gobernador de Buenos Aires y jefe de la Confederación.

El general Mansilla adquirió notoriedad por su participación en el célebre combate de la Vuelta de Obligado, en 1845.

Su hijo recibió la enseñanza elemental en casas de maestros particulares.

Su carácter indómito de pone de manifiesto tempranamente cuando huye con una joven con el propósito de casarse, pero ambos son detenidos. Su madre lo destierra a la estancia de sus parientes, pero Lucio escapa nuevamente. Entonces se lo destierra por segunda vez al cuartel general de Ramallo, donde su padre residía.

En la tediosa vida castrense, adquiere afición a los libros, hasta que su padre se entera de que está leyendo el “Contrato Social” de Rousseau, cuyas ideas se oponen a las que imperan en esa época de libertades restringidas.

El general Mansilla lo envía a recorrer el mundo, para que adquiera experiencia y se interese por las relaciones comerciales. Recorre India, Egipto,Turquía, Francia e Inglaterra, pero sin un propósito determinado. Tenía 19 años y comenzó a usar una particular indumentaria, algo extravagante, que causaría desconcierto entre propios y extraños.

 

Enterado del pronunciamiento de Urquiza contra Rosas, decidió regresar a Buenos Aires en 1851.

Vencido Rosas en la batalla de Caseros, el general Mansilla no quiso imitar a muchos federales rosistas que a partir de ese momento se pasaron al bando contrario. Sus antecedentes le aseguraban una posición política respetada por liberales y federales, pues había sido amigo de Rivadavia y no era un federal fanático.

Dueño de una fortuna considerable adquirida gracias a buenos negocios, resolvió viajar a Europa acompañado de dos de sus hijos, uno de ellos, Lucio Victorio. La estadía transcurrió sobre todo en París, donde concurrieron a numerosos banquetes y bailes, puesto que eran muy aficionados a ellos. Visitaron a Rosas en Inglaterra y retornaron a Buenos Aires en agosto de 1852.

Lucio V. se convirtió en el esposo de su prima carnal Catalina Ortiz de Rozas.

 

Debido  a un incidente en el Teatro Argentino, donde Lucio ofendió públicamente al escritor José Mármol, fue condenado por la justicia a tres años de destierro.  Eligió Paraná, capital de la Confederación cuando Urquiza era presidente.

En Paraná comenzó a desempeñarse como periodista, pues tenía gran facilidad para escribir. Fue redactor de “El Nacional Argentino”, periódico gubernamental y compró una finca a la que concurrían con asiduidad figuras políticas de aquel entonces. Cumplidos los tres años de destierro, regresó a su ciudad natal.

 

Aquí prosiguió su carrera periodística, vinculándose cada vez más con la vida política.

Debido a su participación en la batalla de Pavón, formando en el ejército porteño dirigido por Mitre, ingresó en el ejército con el grado de capitán y fue destinado a la guarnición que se encontraba en el pueblo de Rojas.

Ya que disponía de mucho tiempo libre, adquirió dominio de francés e inglés, realizó traducciones y escribió dos libros referentes a temas militares, que fueron imprimidos por cuenta del estado.

Tuvo actuación en la guerra del Paraguay, en la que fue herido durante la batalla de Curupaití. Narró la contienda como corresponsal oficioso del periódico La Tribuna”, de sus amigos los hermanos Varela.

 

Se acercaban las elecciones presidenciales para suceder a Mitre. En esa ocasión, Mansilla escribió a Sarmiento, a quien conocía desde tiempo atrás, como asimismo a su hijo Dominguito, muerto en la guerra del Paraguay. En esa carta Mansilla le hacía saber que un grupo numeroso de jefes y oficiales auspiciaban su candidatura, que había sido proclamada por “La Tribuna”.

Sarmiento la respondió aceptando el ofrecimiento y Mansilla, a quien la política comenzaba a interesarle por sobre todas las cosas, imaginó que el futuro presidente lo honraría con encumbrados cargos. Pero no fue así, y el coronel de 37 años fue destinado a Río Cuarto como comandante de fronteras, a las órdenes del general Arredondo. Pobre recompensa para quien se atribuía una parte tan destacada en la elevación del sanjuanino al poder.

 

En 1868 asumió el mando del sector sudeste de la línea de fronteras Córdoba-San Luis-Mendoza. Sus relaciones con sus vecinos, los indios ranqueles, fueron buenas, pues Lucio continuaba la política de su tío Juan Manuel, que prefería el entendimiento a la guerra. Los aborígenes visitaban con frecuencia las tierras de los blancos, y si llegaban con fines pacíficos, eran bien recibidos. Los ranqueles enviaron verdaderas embajadas integradas por emisarios de ambos sexos, ante el asombro de los jefes militares de la frontera.

Sarmiento planeaba avanzar la frontera hasta el río Quinto. Esa tarea debería cumplirla, entre otros, Mansilla. El gobierno envió al coronel-ingeniero Czetz para realizar relevamientos topográficos. Pero esa tarea en gran parte ya había sido realizada por Lucio, que salía al campo con mucha frecuencia debido a su afición a los caballos y a los espacios abiertos que le daban sensación de libertad.

Ejecutó las órdenes recibidas con precisión matemática y estimó necesario desplegar a continuación una labor civilizadora para integrar a los indígenas a la sociedad nacional, pero el gobierno no disponía de recursos para ello.

 

La excursión a los indios ranqueles

Como ocurría a menudo, firmó un tratado con los indígenas, lo que no estaba dentro de sus atribuciones y sin consultar previamente con el presidente Sarmiento. Este demoró la aprobación del pacto, pues debía ser ratificado por el Congreso.

Los ranqueles se impacientaron, pues no recibían los víveres y elementos pactados, a pesar de que los cristianos estaban ocupando sus tierras. Mansilla pensó en tranquilizarlos visitando, desarmado y con pequeña escolta, a Mariano Rozas y a los principales caciques de Tierra Adentro.

El plan era sumamente arriesgado, pues nadie podía garantizar que regresara con vida de la expedición. Pero para él solo era espantoso “morir estérilmente y en la oscuridad”.

El 30 de marzo de 1870 partió la comitiva integrada por Mansilla y 19 personas: dos religiosos, 4 militares, 13 asistentes. Los militares llevaban solamente sus sables, revólveres y una escopeta.

Fueron días de sorpresas y de zozobras, de discusión diplomática y política, de conversaciones para convencerles de la honradez de sus intenciones y del cumplimiento de lo pactado con el gobierno.

Los caciques manifestaron sin rodeos que desconfiaban de los cristianos, pues les habían enseñado a vestir ponchos, tomar mate, usar azúcar, fumar y beber vino, pero no les habían enseñado a trabajar la tierra ni les habían evangelizado.

 

A su regreso de la excursión se encontró suspendido en el cargo, pues se lo acusaba de haber fusilado a Avelino Acosta sin juicio alguno. El coronel se defendió informando que el soldado había desertado cinco veces y era uno de los cabecillas de una sublevación cuando se marchaba hacia Paraguay.

Se encontró repentinamente privado de su sueldo y con su carrera militar interrumpida. Tenía a su cargo mujer y tres hijos.

Se dedicó a la tarea de escribir un relato de la expedición, que fue publicado por “La Tribuna” con gran éxito. Posteriormente, su amigo Héctor Varela recopiló todos los relatos en un solo libro.

Sus amistades organizaron un gran banquete para reivindicar a Mansilla, y al mismo tiempo demostrar su descontento con la presidencia de Sarmiento.

En 1871 se produjo la epidemia de fiebre amarilla, en la cual Lucio perdió a su hijo mayor y a su padre.

 

Al año siguiente fue reincorporado al servicio activo del Ejército, aunque sin confiarle mando de tropa.

Se acercaba el fin del gobierno de Sarmiento, y el candidato con mejores posibilidades era su amigo Nicolás Avellaneda. Eran personas completamente distintas. Lucio era inconstante, impulsivo, inteligente pero incapaz de un esfuerzo sostenido, de salud admirable y gran estatura. Su amigo era un intelectual que hizo una admirable carrera en la política, de escasa estatura y de salud frágil.

Durante la presidencia de Avellaneda encontró una oportunidad para retornar a la política, empeño que se vio coronado cuando ocupó una banca en la cámara de Diputados (1876).

Pero al año siguiente, llevado por su inconstancia, pidió licencia para ingresar en una empresa dedicada a la explotación aurífera, que no produjo los resultados que se esperaban.

Partió entonces hacia Europa en misión oficial para ver a su familia después de un paréntesis de tres años. El viaje fue de sólo cuatro meses. Cuando regresó, volvió también a la política pues se había embanderado en las filas de quienes promovían la candidatura presidencial del general Julio Roca.

 

Cordial y afectuoso, hablaba demasiado, tenía salidas inesperadas y cometía imprudencias. Estos rasgos de su personalidad deben haber influido para que tres presidentes consecutivos, Sarmiento, Avellaneda y Roca, no lo tuvieran en cuenta para desempeñar cargos encumbrados, a pesar de ser personas muy cercanas a él.

Roca le confió una misión oficial a Europa, hacia donde viajaba por cuarta vez. Allí realizó exhaustivos estudios sobre inmigración.

Llegó a Buenos Aires en 1884, año en que fue ascendido a general.

Era ya Mansilla un popular personaje de leyenda, famoso por su ingenio, atuendo, habanos, apreciado como escritor y conversador chispeante.

Pero no logró la felicidad en su vida familiar. Con su esposa Catalina no tenía relaciones cordiales, sus dos hijos varones murieron jóvenes y le quedaban sus dos hijas mujeres, una de ellas falleció en 1885.

En ese año, el Partido Autonomista Nacional lo llevó nuevamente a la cámara de Diputados.

En 1886 comenzó la presidencia de Juárez Celman. Mansilla empezó su diputación como opositor tibio (pertenecía a la facción de Dardo Rocha), pero pronto evolucionó hacia el juarismo, por eso en 1887 se lo consideraba el líder de la mayoría.

Su hermana Eduarda había abierto un salón en su casa, al que por supuesto Lucio concurría con frecuencia, donde se sentía muy a gusto en medio de una concurrencia que comprendía a lo más destacado de la sociedad porteña: Carlos Casares, Juárez Celman, Leandro Alem, Estanislao Zeballos, Luis Sáenz Peña, Eduardo Wilde, Pedro Goyena, Carlos Pellegrini, Lucio López, Carlos Guido Spano, Bernardo de Irigoyen, Dardo Rocha, Carlos Tejedor, Julio Roca, Emilio Mitre, Sarmiento, Pablo Groussac, como asimismo muchos hombres de letras y diplomáticos europeos y americanos.

 

El Congreso que acompañó a Juárez en la presidencia se consagró casi exclusivamente a otorgar toda clase de concesiones para explotar los más variados servicios públicos. En consonancia con sus compañeros de representación, Mansilla repetía constantemente en el recinto de la cámara: “Todo ferrocarril es bueno; los únicos malos son los que no se hacen.”

En los peores momentos de la crisis económica de 1890, Mansilla fue elegido presidente de la cámara de Diputados.

En julio de ese año, estalló la revolución cívico-militar promovida por Alem, caudillo del partido opositor, la Unión Cívica. La revolución fue vencida gracias a la energía y determinación de Pellegrini, Roca y el general Lavalle, ministro de Guerra.

Pero Juárez se da cuenta de que está demasiado desprestigiado para continuar como presidente, y envía la renuncia al Congreso.

La asamblea se reúne el 6 de agosto. Mansilla pide la palabra para expresar que votará en contra de la aceptación de la renuncia, pues el presidente no ha sido el único culpable de la crisis, sino que todos sus colaboradores han contribuido en alguna medida a cometer los errores que han desprestigiado a las instituciones.

Se hace la votación y se acepta la renuncia por amplio margen.

Pide nuevamente la palabra Mansilla, solicitando que al comunicarse la aceptación, corresponde darle las gracias por los servicios prestados. La indicación fue aceptada.

 

1892 fue aciago para el general. Había cesado en la diputación y no le reeligieron. Además, perdió a la única hija que sobrevivía y a su hermana Eduarda. Se iba quedando solo. Había perdido a sus cuatro hijos y a su hermana.

Desde que terminó su desempeño en la cámara, Mansilla estaba desahuciado políticamente, tanto por sus antecedentes juaristas como por el surgimiento de figuras nuevas.

Su casa seguía siendo centro de reunión de personas de todas las edades. En 1895 partió nuevamente a Europa con la misión de estudiar la organización militar en varias naciones. Allá lo sorprendió la noticia de la muerte de su esposa Catalina.

Regresó en 1897. Lo esperaban una serie infinita de banquetes. A los 65 años, todavía se le consideraba serio candidato al matrimonio.

 

El mismo año se embarcó otra vez hacia Europa. París era su ciudad preferida, pero se aburría cada vez más. Frivolidad, mundanería y snobismo eran facetas de su carácter, pero también actuaban al modo de una máscara.

Debido a la edad, el ministerio de Guerra le había obligado a pedir el retiro del servicio activo; estaba condenado al ocio.

En 1898 murió su madre Agustina, el ser que más amaba en el mundo, y pocos días más tarde, su prima Manuelita Rosas.

Por fortuna, fue nombrado embajador, pero no en Francia donde hubiera querido residir, sino en Alemania, Austria-Hungría y Rusia.

Sorprendentemente, en 1899 contrajo segundas nupcias con una mujer de 35 años, Mónica, a quien conoció en Inglaterra.

“Afortunado en amor, desgraciado en el juego”. La política era en cierto sentido un juego, en el que Lucio conoció muchos sinsabores, y también los juegos de azar y las inversiones en la Bolsa, en las que casi siempre perdió y le obligó a rematar varias propiedades.

En 1902 renunció a sus funciones de embajador, pues Berlín y Viena eran ciudades que no se adaptaban a su carácter.

Compensaba la inacción con largos viajes, porque su nomadismo aumentaba con los años. “Moverse es renovarse” sostenía.

En 1907 volvió a Buenos Aires, pero el mismo año regresó a Europa y se radicó definitivamente en París. Era uno de los últimos sobrevivientes de su generación, pues casi todos sus amigos y contemporáneos habían muerto. En compensación, encontró en Mónica a la esposa ideal, pues era afectuosa y poco andariega.

Durante año y medio estuvo muy enfermo, hasta que murió en 1911 a la edad de 82 años.

El gobierno argentino dispuso que la bandera fuera izada a media asta en todos los edificios públicos de la república.





Por Gerardo Celemín
 
Vínculos externos  
  Fundación Destellos
www.fundestellos.org

Grupo de Investigaciones Estéticas
(Univ. Nacional de Mar del Plata, Argentina)
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La Radio
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Páginas de Edgardo y Steffi Berg sobre Fórmula 1 y sobre su proyecto educativo en inglés
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