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Liniers

LINIERS

  

Caballero de la Orden de Malta

Nació el 25 julio 1753 en Niort, Francia.

De noble linaje, su padre Jacques se había distinguido como oficial de marina. Religioso y honorable, formaba parte de la nobleza provinciana de escasos recursos. Casado con Henriette Bremond, habían tenido nueve hijos, de los cuales Santiago era el segundo, razón por la cual todos los bienes de la familia serían propiedad de su hermano mayor. Por lo tanto, una de las pocas opciones que se le presentaban era la carrera de las armas, por la cual demostró una temprana vocación.

 

En 1765 viajó a Malta para incorporarse a los Caballeros de la Orden de Malta, a la cual habían pertenecido varios antepasados de la familia.

Permaneció tres años en la isla, desde los doce a los quince, durante los cuales adquirió una férrea educación basada en la religión, la monarquía y la guerra contra los infieles.

Egresó en 1768 con el título de caballero, el derecho a llevar la cruz histórica sobre el pecho, y con la convicción ya formada de que su destino se encontraba en la marina de guerra.

Siempre conservó una adhesión incondicional al rey, en cuanto fuente de justicia y de felicidad para la población. Imaginaba un porvenir brillante de combate y gloria. Era, indudablemente, hombre de una época ya desaparecida.

 

Ingresa en el ejército francés

De regreso a su hogar en Niort, su progenitor expresó su satisfacción por contar en la familia con un hijo que al título de caballero de San Juan de Jerusalén añadía una vocación indudable por la guerra marítima, a la cual él había consagrado su vida.

 

Pero todo cambió con motivo de la visita del hermano de la señora, el conde Bremond D’Ars, que frecuentaba la corte y era amigo del principal ministro del rey Luis XV, el duque de Choiseul. El tío de Santiago consideró desacertada la idea de ingresar en la marina francesa; opinó que era preferible seguir la carrera de las armas en el ejército, en el cual sus relaciones le podían proporcionar ascensos meteóricos.

El tío convenció a los padres de Santiago, quien muy a su pesar debió obedecer, pues tal era la costumbre de la época.

 

Al poco tiempo llegó a Niort una carta del conde acompañada de los despachos de subteniente y la promesa de ascensos inmediatos. A Santiago le disgustaba el nombramiento de favor, el ascenso injusto y privilegiado, pero debió aceptar y a los pocos días partió de su pueblo natal, al cual nunca regresaría.

 

Su destino era la guarnición de caballería de Royal Piemont, situada en la ciudad de Carcassonne, donde se aceptó su ingreso por llevar una orden firmada por Choiseul, porque se necesitaba un tiempo de práctica en el regimiento para obtener el grado que ya se le había conferido. Entonces manifestó su deseo, ante el asombro de los jefes, de que voluntariamente realizaría las prácticas exigidas a los aspirantes.

 

Tenía ya casi 20 años cuando se recibió la noticia de la renuncia del ministro Choiseul, lo que significaba que Liniers había perdido a su protector y se convertía en un oficial como cualquier otro, lo que implicaba permanecer en Carcassonne diez años para llegar al grado de teniente.

Entonces tomó la decisión de solicitar la baja en el ejército. Pero ¿adónde ir?

 

Oportunidad para su vocación naval

La gran oportunidad se presentó en 1774 cuando España solicitó voluntarios para realizar una cruzada contra los piratas berberiscos musulmanes, que tenían sus bases en Trípoli, Argel y Orán.

Era común entonces observar a caballeros, soldados, nobles o simples voluntarios civiles, enrolarse en las filas de una nación extranjera, para servir mediante un contrato. Liniers estaba plenamente facultado para hacerlo por cuanto era caballero, se desempeñaría en la marina y continuaba a las órdenes de la Casa de Borbón y de un país aliado de su patria por el Pacto de Familia de 1761, para enfrentar juntos a Inglaterra.

Escribió a su padre comunicando la novedad, quien la recibió con agrado, pues de esta manera continuaría con la tradición heroica y caballeresca de los antepasados.

 

Se presentó en la oficina de reclutamiento en el puerto de Cartagena, con la condición de simple soldado voluntario.

Su condición de segundón sin fortuna lo había obligado a dejar su patria, pero no había renunciado a sus ideales: la monarquía y la religión.

Desde allí se dirigió al puerto de Cádiz, donde se concentraba la flota para la cruzada contra los moros. Uno de los jefes de la expedición, príncipe Camilo de Rohan, lo distinguió con el nombramiento de “ayudante de campo”.

 

Los hispanos desembarcaron en una playa cercana a Argel, donde fueron derrotados, pero gran parte de los vencidos pudieron reembarcar gracias a la defensa organizada por iniciativa de Liniers, a quien se había confiado el mando de un grupo de reserva.

La campaña había fracasado, pero Santiago había conseguido un triunfo.

 

En la marina de guerra del rey de España

En atención a su comportamiento en la batalla, se aceptó su ingreso en el colegio de guardia marinas de Cádiz, obteniendo en 1776 la designación de abanderado de fragata, distinción rara vez conferida a un extranjero en la marina del rey de España. Se había convertido en militar de carrera dentro de la armada española.

 

Se le confirieron varias misiones. Patrullaje en el Mediterráneo para sorprender piratas, el mando de una nave en la expedición franco-española contra Inglaterra que fue dispersada por una tormenta, ataque a la isla de Menorca en poder de los británicos, participación en la expedición del primer virrey del Río de la Plata, Pedro de Cevallos, que expulsó a los portugueses de Colonia del Sacramento, ataque a Gibraltar, misión diplomática ante el rey de Trípoli para liberar prisioneros y diversos “golpes de mano” audaces.

Se lo distinguió ascendiéndolo a lugarteniente de navío y luego a capitán de fragata.

Durante una licencia en Málaga, conoció a Juana de Menviel, con quien se casó en junio de 1783 y nació su hijo Luis.

 

Traslado definitivo al Río de la Plata

La felicidad de la pareja se truncó cuando recibió la orden de trasladarse al Río de la Plata para crear una armadilla fluvial de lanchas cañoneras, para complementar las murallas de Montevideo y el fuerte de Buenos Aires con el patrullaje.

 

En 1788 partió rumbo a América junto a su esposa e hijo. Nunca habría de volver a Europa.

En Montevideo se dedica a la tarea encomendada, realizada con la mayor diligencia a fin de que terminada la misma se le concediese el traslado a España, pues vivía en condiciones precarias debido a las características propias de estas regiones en el siglo XVIII.

El pedido dirigido a la metrópoli fue contestado negativamente, debía permanecer en aquel destino “hasta que variasen las circunstancias”. En la práctica, se lo condenaba al destierro perpetuo.

 

En 1790, cuando llegan al Río de la Plata las primeras noticias sobre la revolución francesa, falleció su esposa Juana, después de una enfermedad que se había agravado sin pausa desde el viaje hacia América. Santiago quedaba solo, a cargo de un hijo huérfano de madre.

Aumentaba su angustia el hecho de no tener ninguna noticia de qué había ocurrido con sus familiares que vivían en Francia.

 

Difícil situación económica

Al poco tiempo, recibe una carta de su hermano mayor, el conde, refiriéndole que la familia se encuentra a salvo en Inglaterra. En la misiva, le encarga lleve adelante una empresa que ha sido aprobada por el rey de España, Carlos IV, consistente en la elaboración de carne fresca, que reemplazará a la carne salada que se elaboraba en los saladeros y que se exportaba para consumo de esclavos, sobre todo a Brasil.

 

Desde 1790 hasta 1793 tuvo que llevar adelante tareas comerciales e industriales en Buenos Aires, apoyado desde lejos por el hermano y las reales órdenes, pero que para su patrimonio resultaron desastrosas, pues vendió e hipotecó cuanto poseía. Debió enfrentarse con los poderosos hacendados, saladeristas y comerciantes mayoristas, y lo único que consiguió fue endeudarse y caer en el descrédito financiero. El negocio fracasó rotundamente.

 

Cuando tenía 36 años de edad y revistaba como capitán de fragata, contrajo segundas nupcias con María Martina Sarratea, de 19, ceremonia que se realizó en Buenos Aires el 3 agosto de 1791.

 

En 1793 el gobierno de la República Francesa declara la guerra a España, circunstancia que transforma a Liniers y a todos sus connacionales residentes en América en sospechosos. Pero tres años más tarde las condiciones variaron al firmarse una alianza entre Francia y España contra Inglaterra.

 

Ante la amenaza que representaba la marina de guerra británica, indiscutida dueña de todos los mares, el virrey Olaguer Feliú aceptó su propuesta de organizar nuevamente la flotilla de lanchas cañoneras que tenían su base en el apostadero naval de Montevideo.

 

Persistió en escribir enorme cantidad de solicitudes pidiendo un destino militar más acorde con su grado, y preferentemente su traslado a la Península. Pero recibió solo negativas. Nada podía hacerse sin influencias en la corte y sin patrimonio inmobiliario ni pecuniario. Sólo le quedaba la posibilidad de solicitar el retiro, pero esto significaría el fin de las esperanzas.

 

Gobernador en las Misiones Guaraníes

Casualmente, se produjo la vacancia de un puesto nominalmente importante, el de gobernador de las Misiones Guaraníes. Hacia allá fue enviado Liniers por el virrey, pero el nombramiento era sólo como interino. De hecho se desempeñaría durante un año y medio (1803)

 

Para poder costear el viaje a la esposa y a los seis hijos necesitó vender a cualquier precio casi todo cuanto poseía en la casa; sólo conservó los libros y algunos recuerdos. La sede del gobierno de la provincia se encontraba en Candelaria, al norte de la actual Posadas y a orillas del Paraná.

 

Influyeron negativamente en su ánimo el estado de abandono general, tanto de los indígenas como de los blancos. La misma casa de gobierno era incómoda y sucia, la iglesia amenazaba derrumbar, y el hospital estaba en ruinas. No había médicos ni maestros.

 

Los aborígenes eran explotados en los aserraderos, los yerbatales y algodonales, debían pagar un tributo a la Corona y estaban afectados en forma crónica por la miseria, la peste y el alcoholismo.

Santiago no cuenta con ayudantes para su tarea, no recibe el sueldo que le corresponde ni se atienden sus petitorios, algunos urgentes como dotar de armas a los soldados que no pueden detener las constantes intromisiones de los portugueses de Brasil y de los bandidos.

 

Sin tener en cuenta en absoluto la tarea que estaba desempeñando, en España nombraron un gobernador propietario con empleados pagos. Liniers emprendió con su familia el regreso a Buenos Aires en un viaje accidentado.

 

Pese a todo lo que le ocurría, perseveró en su creencia de que los defectos y deficiencias son atribuibles a los hombres, a las personas, de modo que el sistema de gobierno alabado como el mejor desde su niñez y juventud conservaba siempre sus bondades, pues el soberano era sagrado y paternal, el único capacitado para gobernar a los pueblos.

 

Así llegó a Buenos Aires por segunda vez, estableciéndose nuevamente en casa prestada, grande y antigua, mientras continuaba reclamando los sueldos adeudados.

Para acrecentar su desgracia el 27 abril 1805 falleció su esposa María Martina debido al nacimiento de su séptimo hijo.

A falta de algo mejor, el virrey Sobremonte lo destinó otra vez a la comandancia de la flotilla del río de la Plata.

 

PRIMERA  INVASIÓN  INGLESA

 

Desde el año 1804 estaban desarrollándose en Europa y el mundo las Guerras Napoleónicas, que enfrentaban a Francia, gobernada por Bonaparte, contra Gran Bretaña. España era una de las naciones aliadas de Napoleón.

En agosto 1805 una flota inglesa zarpó rumbo a ciudad de El Cabo, en Sudáfrica, territorio que pertenecía a Holanda, la cual a su vez había sido conquistada por el Imperio Napoleónico. La flota iba a las órdenes de Home Popham y las tropas al mando del general Guillermo Carr Beresford.

En los primeros días de enero de 1806 los expedicionarios atacaron con rápido éxito a El Cabo. Gran Bretaña poseía ahora otro punto estratégico en las rutas del comercio marítimo.

Popham no ignoraba cuáles eran los intereses y las aspiraciones de los comerciantes de su país acerca de la apertura de los puertos sudamericanos a sus productos, perjudicados por el excedente de oferta industrial ocasionada por el “bloqueo continental” de Napoleón.

Decidió entonces dar un golpe de audacia sobre Montevideo y Buenos Aires. Desde esta última ciudad había recibido informes confidenciales: las defensas eran precarias y en sus arcas había metálico procedente de Perú que debía ser embarcado rumbo a España.

 

Con los medios  que contaban y las informaciones que poseían, la elección no puede considerarse errónea. Pero la base del plan consistía en suponer que la división entre criollos y españoles era tan marcada que los primeros habrían de recibirlos como libertadores. De lo contrario, no sería posible mantenerse mucho tiempo contando con 1.500 soldados para sujetar una población de 40.000 habitantes.

 

Existía entre criollos y españoles una rivalidad que se expresaba sobre todo en la preferencia que se otorgaba a los peninsulares para desempeñar cargos en la función pública. Pero esta rivalidad no llegaba al odio ni había adquirido todavía la forma de aspiraciones políticas precisas y generalizadas.

El segundo error de la expedición fue no revestir un carácter libertador. La indefinición en que se debatían los jefes británicos por falta de la debida autorización de Londres, llevó a Beresford a actuar como conquistador del territorio (aunque con moderación) y a exigir el juramento de fidelidad al monarca inglés. Ni criollos ni españoles estaban dispuestos a aceptar una nueva dominación, menos de una potencia que era secular enemiga de España y de religión herética.

 

El 24 junio 1806 Liniers, comandante naval del puerto de Ensenada, comunicó al virrey Rafael de Sobremonte que había barcos ingleses en posición de desembarco a la altura de Quilmes. No era ninguna novedad que una flota inglesa navegara por el Atlántico sur.

El 25 junio los británicos desembarcaron en la costa de Quilmes y desbandaron sin dificultad a 600 milicianos que trataron de detenerlos.

 

El virrey optó por retirarse al interior dejando la capital en manos del invasor, delegando el mando político en la Audiencia y llevándose las Cajas Reales.

Esta actitud del virrey fue la causa de su ruina política y ha sido motivo de debates entre historiadores. Su decisión no ha sido inconsulta, porque se acomodaba a las conclusiones de la Junta de Guerra que el 2 de abril de 1805 había adoptado el criterio de abandonar Buenos Aires en caso de un ataque no resistible, y concentrar los refuerzos de todo el Virreinato en Córdoba, para luego volver con fuerzas superiores.

 

En primer lugar, la resolución fue precipitada en el momento de su adopción; en segundo lugar no se intentó seriamente una defensa y en tercer término, no se organizó la retirada de las fuerzas militares disponibles ni se desarmó la artillería del puerto. Todos los depósitos militares, incluidas 106 piezas de artillería, cayeron en poder de los invasores, y poco después se perdió también en Luján el tesoro real. La imagen del virrey quedó definitivamente deteriorada.

 

En la tarde del 27 junio 1806, Beresford avanzó por las calles de Barracas y desde allí se dirigió al fuerte sin hallar resistencia.

 

Como garantía de las buenas intenciones de S.M.B., Beresford ofreció respetar el  culto católico y la vigencia del libre comercio. El libre comercio no consistía precisamente en el permiso para comerciar con todo el mundo, sino la participación dentro de la estructura mercantil inglesa, igualmente proteccionista como la española, aunque más amplia y flexible.

 

La medida se oponía directamente a los intereses del grupo comercial monopolista integrado por españoles, representados principalmente por el Cabildo y el Consulado, mientras que los comerciantes y ganaderos criollos deseaban una libertad de comercio total.

 

Los patriotas que ya habían empezado a movilizarse por la independencia desde 1808, entre ellos Pueyrredón y Castelli, se entrevistaron con Popham y Beresford, sin obtener respuestas claras.

 

A los pocos días de iniciada la invasión se había producido una alianza de hecho entre todos los sectores de la población: criollos, peninsulares, comerciantes, hacendados, clérigos y militares, dispuestos a expulsar a los invasores.

 

Fue así como el capitán de navío Santiago de Liniers, que había obtenido permiso para retornar desde Ensenada, y ya en Buenos Aires se puso en contacto con los grupos que se estaban organizando para expulsar a los ingleses. Pueyrredón se ocupó de organizar tropas irregulares en la campaña bonaerense, entre Luján y San Pedro, y Martín de Álzaga (alcalde de primer voto del Cabildo) organizaba a los conspiradores dentro de la misma capital y remitía armas a los hombres de la campaña.

 

Liniers viajó en secreto a Colonia y Montevideo, cuyo gobernador, Pascual Ruiz Huidobro, aceptó proveerlo de hombres, armas, municiones y una escuadrilla de botes. Se reunió un total de 1.600 hombres, que fueron embarcados en Colonia del Sacramento a bordo de una escuadrilla, que partió el 3 agosto 1806.

 

La reunión de combatientes en la Banda Oriental a las órdenes de Liniers y la concentración de voluntarios en los alrededores de la capital se hicieron patentes en los últimos días de julio. El 1ro.agosto una columna de infantería inglesa dispersó a los escasos hombres de Pueyrredón, pero el hecho sirvió para demostrar la imposibilidad de operar sin caballería en un territorio tan extenso y llano.

 

El 3 de agosto, infiltrándose a través de las islas del Delta del Paraná, los soldados de Liniers desembarcaron en Tigre, donde se reunieron con los voluntarios de Pueyrredón. Demorados por las lluvias, el 10 de agosto estaban en los alrededores de Buenos Aires, engrosados por la presencia de nuevos voluntarios de la ciudad y la campaña. El 12 de agosto se generalizó el combate. Los defensores trataron de resistir en los edificios situados en los alrededores de la plaza mayor y del fuerte. Liniers exigió la rendición incondicional. La RECONQUISTA había terminado con éxito y Buenos Aires contaba ahora con un héroe indiscutido.

 

Los efectos de la reconquista de Buenos Aires se hicieron sentir inmediatamente. El 14 de AGOSTO se convocó a un CABILDO ABIERTO con el fin de asegurar la victoria obtenida, cabildo que pronto adoptó formas revolucionarias, pues el pueblo invadió el recinto y exigió que se delegara el mando en LINIERS.

Para salvar las formas legales se designó una comisión para entrevistar al virrey, que por entonces se dirigía con refuerzos hacia la capital, la que obtuvo que éste DELEGARA en Liniers el MANDO DE ARMAS y en el regente de la Audiencia el despacho urgente de los asuntos de gobierno y hacienda. La comisión además recomendó e impuso que el virrey no entrara en Buenos Aires y se hiciera cargo de la defensa de la Banda Oriental.

 

Si bien con este procedimiento la legalidad se había salvado, la realidad política era muy diferente: por primera vez la población había impuesto su voluntad al virrey. Puede decirse que la convulsión revolucionaria que culminó en 1810 comenzó con el cabildo del 14 agosto 1806.

 

Se dieron otros pasos trascendentales, esta vez en el ámbito MILITAR.

Previendo un segundo intento de invasión, los voluntarios de la Reconquista, con el beneplácito de Liniers, decidieron organizarse en CUERPOS O REGIMIENTOS MILITARES. Así nacieron los escuadrones de Húsares, Patricios y sucesivamente una multitud de batallones uniformados y armados conjuntamente por el pueblo y las autoridades.

Pero lo más importante de la creación de estas fuerzas, más aun que poner en estado de defensa a la ciudad, fue haber creado un nuevo centro de poder: el militar, en el cual los criollos tenían gravitación.

Los batallones y escuadrones se organizaron por afinidades regionales: catalanes, vizcaínos, gallegos, andaluces, arribeños, correntinos, pardos, morenos, húsares, patricios.

 

SEGUNDA INVASIÓN

 

En la segunda invasión, los británicos atacaron Montevideo antes que Buenos Aires, en febrero 1807, tomando la ciudad por asalto. Sobremonte, que se encontraba en los alrededores, no pudo evitarlo y abandonó a su suerte a los defensores.

 

El día 6, el pueblo reunido frente al Cabildo de Buenos Aires exigió la destitución del virrey. Se convocó enseguida a cabildo abierto en el que se resolvió pedir a la Audiencia la deposición de Sobremonte. El 10 de febrero, Liniers convocó a una Junta de guerra que resolvió destituir al virrey, entregar a la Audiencia el gobierno civil y a Liniers el MANDO MILITAR. Todas estas medidas eran ajenas a la estructura jerárquica del gobierno colonial, pero estaban impuestas por las circunstancias.

 

Con los refuerzos llegados desde Europa, los ingleses reunieron unos 11.000 soldados, bastante menos que los 15.000 considerados necesarios para dominar el país.

En Buenos Aires, entretanto, el Cabildo y Liniers, desplegando una febril actividad, reunían 8.600 hombres, de los cuales menos de mil eran veteranos. Los oficiales en su mayor parte habían sido civiles hasta pocos meses antes: hacendados como Saavedra o profesionales como Belgrano.

 

El 28 junio 1807 Whitelocke desembarcó en Ensenada con 8.400 soldados y avanzó sobre Buenos Aires. El 2 de julio Liniers libró un imprudente combate en los corrales de Miserere, donde fue derrotado y estuvo a punto de perderlo todo. Pero los británicos recién atacaron la ciudad el día 5, dando tiempo a la defensa a rehacerse.

 

Los invasores fueron derrotados por segunda vez, perdiendo 1.000 muertos y 2.000 prisioneros. Whitelocke entró en negociaciones y capituló, comprometiéndose a evacuar las dos bandas del Río de la Plata. A este episodio se lo conoce con el nombre de DEFENSA de Buenos Aires y los honores del triunfo se reparten entre Álzaga y Liniers.

 

Las CONSECUENCIAS de estos episodios fueron profundas. La doble victoria hizo nacer un sentimiento de PATRIA y una conciencia de poder. Buenos Aires se había salvado a sí misma, sin ayuda de España ni de Perú.

Había depuesto al virrey eligiendo sus jefes, lo que dio a la población criolla conciencia de su poder político y de su poder militar.

Había formado su propio ejército eligiendo también a sus jefes.

Los españoles a su vez se encontraban divididos, pues había entre ellos vasallos fieles al rey y otros que, como Martín Álzaga, eran proclives a hacerse eco de propósitos independentistas a condición de que el cambio no implicara modificaciones sociales y que la tenencia del poder estuviera en manos del grupo peninsular.

El jefe emergente de la victoria era LINIERS, hombre de inspiraciones momentáneas, pero sin carácter para gobernar, y en torno del cual se agruparon y enfrentaron distintos grupos, lo que ocasionó un deterioro de todo tipo de autoridad.

 

LINIERS VIRREY

 

El comienzo del virreinato de Liniers puede considerarse el cabildo abierto del 14 agosto 1806, cuando Sobremonte acepta delegar el mando de armas, o bien la Junta de guerra del 10 febrero 1807 que destituye al virrey y entrega a Liniers el mando militar.

Finaliza el 2 agosto 1809 cuando  Cisneros arriba a la capital.

Próxima la segunda invasión inglesa, Liniers, JEFE DE ARMAS DEL VIRREINATO, ascendido a BRIGADIER DE MARINA, era el oficial de mayor graduación del Río de la Plata, por lo que desde junio de 1807 se desempeñó como capitán general del virreinato, con funciones de VIRREY INTERINO, confirmado por la Junta Central de Sevilla, noticia que se conoció en la capital el 13 mayo 1808.

 

A los 54 años de edad, viudo, con ocho hijos y escasa fortuna, su energía militar en momentos cruciales, que reiteró en ocasión del ataque de Whitelocke, lo llevó a desempeñarse como suprema autoridad, cargo para el que no tenía carácter, y en circunstancias políticas muy difíciles, tanto en el ámbito interno como en el externo.

La popularidad de Liniers era enorme, especialmente entre las tropas nativas, y su triunfo prolongó durante el año 1807 el estado de cordialidad entre el virrey interino y las demás autoridades locales.

 

En las guerras napoleónicas que se habían  iniciado en 1804, España estaba aliada con la Francia Napoleónica contra Gran Bretaña. La derrota de la marina de guerra española en la batalla de Trafalgar motivó la incomunicación entre América española y la metrópoli, debido al dominio indiscutido de la flota británica en los océanos.

Con el permiso del rey Carlos IV, a principios de 1808 el ejército francés invadió España con la intención de apoderarse de Portugal, aliada de Inglaterra, pero la sublevación espontánea de gran parte de la población peninsular contra los invasores convirtió de hecho a España en aliada de Gran Bretaña.

 

Por otra parte, la corte portuguesa decidió ponerse a salvo en Río de Janeiro, circunstancia que dio impulso a las ambiciones expansionista de los lusitanos a expensas de las posesiones españolas en América, preferentemente en el Río de la Plata.

Dicha corte, encabezada por el príncipe regente don Juan y su esposa la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, a través de sus gestiones y actitudes, promovieron toda clase de problemas a las autoridades rioplatenses, contribuyendo al enfrentamiento de las mismas entre sí.

 

La hostilidad y rivalidad entre el virrey y el cabildo fueron permanentes, sobre todo por el enfrentamiento personal con Martín de Álzaga, el cual había comenzado ya en los días de la Defensa contra los ingleses. El Cabildo porteño envió infinidad de protestas y denuncias a Madrid para denigrar al virrey.

Los regimientos voluntarios criollos lo respaldaron, no así los batallones integrados por peninsulares.

Las relaciones con la Real Audiencia fueron pacíficas, no así con las autoridades de Montevideo, tanto el gobernador como el cabildo.

 

Las noticias que llegaron desde España en julio y agosto fueron desconcertantes. Carlos IV y Fernando VII habían abdicado, permitiendo a Napoleón coronar como rey de España a su hermano José Bonaparte. La mayoría de los españoles reaccionaron espontáneamente y formaron “Juntas de Gobierno” en numerosas ciudades “en nombre del rey legítimo Fernando VII”.

No es de extrañar que tomase cada vez más consistencia la sospecha de que España ya no estaba en condiciones de conservar a su Imperio colonial americano.

Distintos grupos se fueron constituyendo elaborando proyectos de independencia, no sólo los criollos, sino también algunos españoles.

 

Álzaga y el Cabildo tomaron la iniciativa, y el 1ro. enero 1809, con el respaldo de los batallones españoles se presentaron en la Plaza Mayor pidiendo la renuncia de Liniers y la formación de una Junta como las de la Península.

Liniers inicialmente redactó su renuncia, pero la aparición en la Plaza de los regimientos criollos encabezados por Saavedra, superiores en número, lo convencieron de que debía permanecer en sus funciones.

 

En cierto sentido, la autoridad de Liniers se fortaleció debido a la disolución de las milicias peninsulares y la deportación de Álzaga y los conspiradores a Carmen de Patagones.

Pero la realidad era que en adelante el poder real residía cada vez más en los regimientos nativos, principalmente en uno de sus jefes, Cornelio Saavedra.

 

En esta situación incierta desembarcó en Montevideo el 30 de junio de 1809 el virrey designado por la Junta Central de Sevilla, Baltasar Hidalgo de CISNEROS, quien notificó a Liniers que la transmisión del mando se efectuaría en la Colonia del Sacramento, sin presencia de tropas militares.

Los militares y criollos partidarios de la Independencia ofrecieron a Liniers sostenerle en el mando y resistir al virrey designado.

Si Liniers aceptaba esta proposición, ello significaría la ruptura con las autoridades peninsulares, pero éste, fiel a la monarquía, pese a sus sospechadas simpatías bonapartistas, rechazó el ofrecimiento. No debe extrañar, ya que hacía varios meses que había solicitado él mismo su reemplazo.

El rechazo de Liniers creó gran desconcierto entre los patriotas, entre quienes se destacaban Saavedra, Belgrano, Pueyrredón, Castelli, Rodríguez Peña.

Prevaleció la opinión de Saavedra, quien se pronunció por aceptar a Cisneros, a condición de que las milicias criollas no fuesen desarmadas. El propio Liniers se ofreció para transmitir la oferta a Cisneros.

Por fin, éste desembarcó en Buenos Aires el 2 agosto 1809. Su predecesor se alejó del gobierno con la sensación de haberse despojado de una pesada carga.

También el nuevo virrey traía instrucciones de la Junta de Sevilla para que se enviase a Liniers a España para rendir cuentas, dado que se habían recibido informes desde el Río de la Plata que lo presentaban como un gobernante leal, un traidor, un fiel confundido o un francés sospechoso.

Ya en Buenos Aires, Cisneros debió aceptar, en vista de la popularidad de Santiago, que partiese hacia un destierro interno en Mendoza o Córdoba, hasta tanto pudiera realizar el viaje a España.

 

MUERTE DE LINIERS

En Córdoba fue muy bien recibido por su amigo el gobernador Gutiérrez, razón por la cual compró y se instaló en una antigua estancia de los jesuitas en Alta Gracia.

El 15 de junio de 1810, en una reunión entre el gobernador de Córdoba del Tucumán, capital de fragata Juan Gutiérrez, el obispo Rodrigo de Orellana y el coronel Santiago Allende, se informó a Liniers de los hechos ocurrido en Buenos Aires. Este escribió: “será necesario considerar como rebeldes a los causantes de tanta inquietud.  Como militar estoy pronto a cumplir con mi deber. Y me ofrezco desde ya a organizar las fuerzas necesarias”.

Mientras algunos de sus conocidos independentistas porteños lo exhortaban a que se sumara al movimiento, Cisneros le pedía que se opusiera a la Junta revolucionaria.

Los contrarrevolucionarios habían logrado reunir 1.500 hombres y artillería, pero no había entusiasmo en Córdoba para resistir al ejército patriota que se acercaba. Cuando a partir del 21 de julio llegó a la jurisdicción de la Intendencia la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, los soldados desertaron en masa.

Los líderes contrarrevolucionarios, ahora considerados rebeldes, debieron huir hacia el Norte pero fueron alcanzados por las avanzadas del ejército patriota, dirigidas por Antonio González Balcarce. Liniers fue capturado el 6 de agosto.

Ya el 28 de julio la Junta había decidido el fusilamiento de las autoridades de la Intendencia que se habían negado a reconocer obediencia a la Junta de Mayo.

Debido a que Ortiz de Ocampo no cumplió con la orden, el cabildo de Córdoba, ahora integrado por revolucionarios, decidió enviar a los presos a Buenos Aires.

Desde la capital se remitió una comisión encabezada por Juan José Castelli para que cumpliese sin demora la orden. Liniers fue fusilado el 26 agosto de 1810 cerca de la posta Cabeza de Tigre, actualmente S.E. de la provincia de Córdoba.

 

En 1861 el presidente de la Confederación Argentina Santiago Derqui designó una comisión para localizar los restos de los ajusticiados en Córdoba.

Cuando fueron encontrados, las cenizas fueron enviadas a Paraná, capital de la Confederación.

Dos de los hijos de Liniers que residían en España agradecieron “el insigne acto de justicia y magnanimidad”.

En 1862 el cónsul español en Rosario expresó en nota remitida al presidente de la Nación, Bartolomé Mitre, la satisfacción de Su Majestad por “el homenaje tributado al valor y la lealtad de los que sellaron con su sangre los juramentos que habían prestado al trono y a la patria” y pidió que fuesen trasladados a España. Mitre estuvo de acuerdo, a pesar de que la hija mayor de Liniers protestó y solicitó se permitiera sepultarlos en una bóveda que la familia poseía en el cementerio de Recoleta.

Finalmente, las cenizas de Liniers y Gutiérrez encontraron su última morada en un mausoleo ubicado en el Panteón de Marinos Ilustres que se halla en Cádiz, donde fueron depositadas en  1864.

El gobierno nacional colocó en el mismo una placa de bronce, donde se lee una frase escrita por Paul Groussac: “Los últimos héroes de la patria vieja fueron las primeras víctimas de la patria nueva”.




Por Gerardo Celemín
Vínculos externos  
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Grupo de Investigaciones Estéticas
(Univ. Nacional de Mar del Plata, Argentina)
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