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Juan José Castelli

JUAN  JOSE  CASTELLI

 

 

Nació en Buenos Aires el año 1764. Estudió en el colegio de San Carlos. Se trasladó a Córdoba, para asistir a las clases de filosofía y teología. Allí tomó contacto con el pensamiento liberal francés, pues se leían las obras que entraban de contrabando: Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot. Entre sus compañeros se encontraban Paso, Rodríguez Peña, Medrano y Gorriti.

Manifestó a su familia su resolución de no ordenarse sacerdote, y acordaron estudiase jurisprudencia en la Universidad de Charcas, conceptuada como la mejor de todo el virreinato. Permaneció en ella durante dos años, obteniendo el título de doctor en derecho civil y canónico, además de su graduación como abogado.

Moreno y Monteagudo también pasaron por sus aulas. En la Universidad de Charcas estudió una juventud brillante que posteriormente sería protagonista de los sucesos revolucionarios.

 

En 1788 regresó a Buenos Aires. Obtuvo el nombramiento de secretario suplente del Consulado cuando Belgrano, pariente suyo, solicitó licencia. Belgrano y Moreno se destacaron principalmente como escritores, Castelli era ante todo orador.

Cuando contaba con treinta años contrajo matrimonio, del cual nacieron seis hijos. En 1806 dejó la vieja casona que habitaba en Buenos Aires para mudarse a su chacra de San Isidro.

Castelli formaba parte de una minoría ilustrada criolla integrada por hombres enérgicos y decididos, que era partidaria de cambios profundos en el aspecto político, social y económico, transformaciones que sólo podrían realizarse si se ponía fin a la dominación española.

 

En 1802 comenzaron a reunirse los primeros cuatro idealistas para hacer planes con vistas al futuro del Río de la Plata y de América: Castelli, Belgrano, Vieytes y Rodríguez Peña.

A partir de ese año colaboró escribiendo artículos en el periódico dirigido por Vieytes, cuyo nombre era “Semanario de agricultura, industria y comercio”. Mientras tanto, Belgrano realizaba idéntica misión periodística en el “Censor de Comercio”, que él había fundado.

El virrey también había autorizado la formación de una “Sociedad Patriótica, Literaria y Económica”, que debía funcionar bajo la égida del Consulado. Concurrían a las reuniones Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Labardén y fray Cayetano Rodríguez, en las que se debatían ideas que giraban en torno a dos palabras que pronto se convertirían en fundamentos de la revolución: Patria y Argentina.

 

Al producirse la primera invasión inglesa, el partido de los patriotas comisiona a Castelli para entrevistarse con Beresford, a fin de gestionar al apoyo británico para la independencia del Río de la Plata, a cambio de ventajas comerciales. No se llega a ningún acuerdo.

Después de la retirada de los invasores, los patriotas reanudan sus actividades y Castelli decide renunciar a su cargo en el consulado.

 

En 1808 se producen en la península los graves sucesos que constituirán la causa inmediata de la revolución en Hispanoamérica. El ejército napoleónico invade España, el rey Carlos IV y su hijo Fernando son confinados en Francia, y José Bonaparte asume como rey, si bien no es considerado legítimo por los españoles. Se constituyen Juntas en las ciudades, las que envían diputados a una Junta Central con sede en Sevilla.

Se reunen los patriotas para debatir acerca de las novedades producidas, y Castelli es el primero que redacta un informe en el que da a conocer su opinión. La Junta carece de jurisdicción sobre América y estando el rey cautivo no existe gobierno legal. Es cierto que hay autoridades legítimas en el continente, pero su poder emana del rey y no de la nación española, que por otra parte está ocupada por el invasor francés. En conclusión, América queda de facto independiente de España, con el mismo derecho a formar gobierno que España.

En Charcas, simultáneamente, cincuenta doctores reunidos en claustro, llegaban a la misma conclusión: la monarquía está legal y definitivamente acéfala por vacancia del trono.

 

Pero los partidarios de la independencia se encontraron  con un poderoso enemigo: los españoles residentes en América que a pesar del derrumbe de la dinastía borbónica estaban dispuestos a seguir dominando a los criollos: autoridades, funcionarios, comerciantes monopolistas. Ante esta posición, los patriotas se fijaron dos objetivos definidos: constituir un gobierno propio y un estado independiente, en libertad para comerciar con todas las naciones.

 

Desde las invasiones inglesas, Liniers desempeñaba las funciones de virrey, apoyado por las milicias criollas, pero no era partidario de la revolución. En coherencia con sus ideas, aceptó entregar el mando al virrey designado desde España, Cisneros, en julio de 1809.

Pueyrredón, Rodríguez Peña y Castelli opinaban que no debía aceptarse el nombramiento de Cisneros, pero Saavedra y otros comandantes entendían que era mejor recibir a Cisneros, que fue lo que en definitiva se hizo.

 

A todo esto, el número de patriotas había crecido notablemente y seguían reuniéndose secretamente. Concurrían Castelli, Belgrano, Chiclana, Paso, Moreno, Rodríguez Peña, Pueyrredón, Vieytes, Balcarce, Beruti, French, Guido.

Sus ideales procedían de la corriente liberal que ya se había propagado por Europa y América: tolerancia religiosa, cultura cosmopolita, igualdad, liberación de indios y negros, instituciones representativas. En una palabra, la revolución.

Para Castelli la patria del futuro no debía ser solo el Río de la Plata, sino toda América del Sur. Por otra parte, no creía urgente declarar la independencia, pues el vínculo con el rey había caducado en los hechos.

 

En estos años, Castelli vive días sosegados en su chacra de San Isidro, cerca de las propiedades de Saavedra, Larrea, Azcuénaga. Muy pronto deberá dejarla para siempre, pues trascendentales sucesos se habrán de producir en Buenos Aires.

El 18 de mayo de 1810 llega a Buenos Aires la noticia que tanto se esperaba: la Junta Central se había disuelto. “España había caducado”. Civiles y militares que pertenecen al partido patriota piden la presencia de Castelli y Saavedra, que se encuentran en el campo. Deciden solicitar la convocatoria de un Cabildo abierto para que el pueblo de la ciudad exprese su opinión acerca de la continuidad o cese del virrey. Castelli y Martín Rodríguez son designados para entrevistar a Cisneros, quien se ve obligado a dar su consentimiento.

El cabildo abierto se reunirá el día 22. La noche del día 21, los patriotas resuelven designar al orador que hablará en nombre de todos ellos y la elección recae en Castelli.

 

 

Fue así como Castelli desarrolló la argumentación jurídica en la que se fundamentaban los derechos de la población criolla para constituir un gobierno en reemplazo del virrey.

Sostuvo que habiendo desaparecido toda autoridad legítima en España, se producía la reversión de los derechos de la soberanía al pueblo de Buenos Aires, que así adquiría la potestad de instalar un nuevo gobierno.

 

Al finalizar las discusiones, el Cabildo dispuso que votaran los presentes, en forma nominal y fundamentada. Saavedra se pronuncia por el cese del virrey, cuyo mando recaerá provisionalmente en el Cabildo mientras se forma una Junta y que “no quede duda que el Pueblo es el que confiere la autoridad o mando”.

Castelli vota en estos términos: “Me conformo con el voto del señor don Cornelio de Saavedra, y que la elección de los vocales de la Junta se haga por el Pueblo junto en Cabildo General sin demora”. Como se ve, toda la construcción jurídica y política de Castelli se basaba en la idea de la soberanía popular.

 

La decisión del Cabildo abierto, aprobada por mayoría de votos establecía la cesación del virrey Cisneros, la transferencia de su poder al Cabildo en forma provisional, y la elección por parte de éste de una Junta que habrá de gobernar hasta la congregación de los diputados de las provincias.

 

El 24 de mayo el Cabildo de Buenos Aires, en cumplimiento de la resolución del Cabildo abierto, procede a designar a la Junta: Cisneros, Solá, Incháurregui, Castelli y Saavedra.

La conmoción que se produce en la noche del 24 al 25, con epicentro en el cuartel de Patricios, obliga a los integrantes de la Junta a renunciar, pues los patriotas no aceptan la presencia de Cisneros en el gobierno, con funciones de comandante de armas.

 

El Cabildo procede entonces a nombrar otra Junta, en base a una nómina presentada por escrito avalada por cuatrocientas firmas: Saavedra, Moreno, Paso, Belgrano, Castelli, Alberti, Azcuénaga, Larrea y Matheu.

 

Inmediatamente, la Junta Provisional designada el 25 de mayo resuelve enviar una expedición de 500 hombres “para auxiliar a las provincias interiores del Reino”.

 

Castelli, a quien el virrey había calificado como “el primer interesado en la novedad” estaba vinculado con la mayoría de los integrantes de la Junta. Viejo amigo de Saavedra, con quien actuara en el Cabildo, pariente de Belgrano, amigo de Larrea y Azcuénaga, condiscípulo de Alberti en el colegio de Córdoba.

Con Moreno está identificado por los ideales revolucionarios radicales americanistas, por eso se hicieron amigos. Llegaban juntos a las reuniones y juntos se retiraban. Castelli, con 43 años, era 12 años mayor que Moreno.

 

En Córdoba se forma un grupo que está dispuesto a presentar resistencia a la expedición militar que se ha enviado desde Buenos Aires, pero no encuentran suficiente apoyo y sus jefes  se ven obligados a huir.

 

La Junta envía al comandante de la expedición militar, Francisco Ortiz de Ocampo, una orden que dice: “La Junta manda que sean arcabuceados Dn. S. de Liniers, Dn. Juan Gutiérrez, el Obispo de Córdoba, el Dr. Victorino Gutiérrez, el Cnel. Allende y el Oficial Real Dn. Joaquín Moreno”. La orden está firmada por todos los integrantes, a excepción de Alberti.

 

En cuanto el ejército patriota entra en la ciudad de Córdoba, una partida al mando de Balcarce sale a perseguir a los contrarrevolucionarios y los apresa. La orden de fusilamiento se suspende, pues es considerada excesiva, lo que se comunica a la Junta de Buenos Aires.

 

La Junta trata de inmediato esta situación, decidiendo ratificar la decisión anterior, aunque exceptuando al obispo de la pena capital. La opinión prevaleciente era que ambos bandos estaban dispuestos a ejecutar a los jefes enemigos, pues era una guerra a muerte.

 

Según el relato que ofrece el historiador Julio César Cháves, en la reunión dijo Moreno a Castelli: “Vaya Ud. y espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general (…) por último iré yo mismo si fuese necesario.”

Castelli eligió a quienes debían acompañarlo: Nicolás Rodríguez Peña como secretario y Domingo French al mando de 25 oficiales y 25 soldados.

 

Los jefes que cumplieron la orden de fusilamiento de los cinco sentenciados el 26 de agosto eran Castelli, Rodríguez Peña y Balcarce.

 

La Junta había decidido también reemplazar a Ortiz de Ocampo como jefe del ejército por Castelli con el carácter de “vocal representante” y debía considerarse a su persona como a la “misma Junta Provisional”.

 

La expedición continuó apresuradamente rumbo al Norte, pasando por Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy, siempre recibida con homenajes.

La batalla decisiva entre patriotas y realistas se produce en Suipacha, el 7 noviembre 1810, que constituyó un gran triunfo para los primeros y les abrió las puertas de todo el Alto Perú.

Sucesivamente, reconocieron a la Junta y juraron obediencia: Potosí, Charcas, Oruro y La Paz.

Goyeneche se retiró con su ejército del otro lado de la frontera, al virreinato del Perú.

De acuerdo con las instrucciones de la Junta, Castelli ordenó el fusilamiento del capitán Córdova, del presidente de la Audiencia Nieto y del gobernador intendente Sanz.

Estas medidas eran el eco de la represión que en 1809 había realizado Goyeneche en La Paz.

 

La renuncia de Moreno en diciembre 1810 y la incorporación de los diputados provinciales a la Junta de Gobierno alarmó a Castelli y Belgrano, pues habían perdido su principal sostén en Buenos Aires.

 

Charcas recibió con gran pompa a Castelli, se realizaron festejos que duraron varios días. Fue homenajeado por el Cabildo, el arzobispo y la Universidad, en la cual se había graduado.

Desde Charcas, Castelli desplegó una intensa acción de gobierno: colocó a criollos en puestos de mando, depuró a la audiencia y a los cabildos, reformó la enseñanza de la universidad y promovió la igualdad de los indígenas. Sus secretarios eran Monteagudo y Rodríguez Peña.

 

Dejando en manos de Pueyrredón el gobierno de Charcas, que había sido designado presidente de la audiencia, Castelli continuó su marcha hacia el norte.

Desde Oruro hasta Charcas había sido acompañado por una joven pareja, entonces desconocida: Manuel Asensio Padilla y Juana Azurduy. Padilla condujo al representante de la Junta y a su comitiva “a su costa y en su recua de mulas”.

 

Progresivamente, el virus de la discordia se había filtrado en el ejército, que perdió el espíritu patriótico que se había manifestado en la victoria de Suipacha. Castelli y Balcarce (comandante del ejército) eran considerados “morenistas”, Viamonte, segundo jefe, estaba clasificado como saavedrista.

 

Castelli emprendió un veloz viaje desde Oruro hasta Cochabamba en dos días. Encontró a esta provincia desorganizada, y con su esfuerzo consiguió que el regimiento, que estaba demorado, se pusiera en marcha hacia el norte.

En esta ciudad, en Moxos y en Chiquitos, nombra personas adictas en los puestos claves, pero se da cuenta que se ha extendido la indiferencia y en cierta medida la hostilidad.

 

En las instrucciones reservadas, la Junta ordenaba “conquistar la voluntad de los indios”. Proclamó que “todos somos iguales”, y en todas partes no olvidaba conceder audiencia a los caciques. Afirma que ha sido siempre bien recibido por los nativos y estima que puede disponer de 3.000 indios de armas. Prometió repartimientos de tierras, escuelas y exención de tributos.

 

En la semana santa de 1811 llegó por fin el ejército patriota a la meta que se había propuesto alcanzar en el Alto Perú: la ciudad de La Paz. Como siempre, fue bien recibido por las autoridades y el pueblo. Sin embargo, hubo quienes se disgustaron porque las tropas alteraron la calma en un día sagrado. La mayoría de la población no veía con buenos ojos las opiniones despectivas de que hacían gala algunos oficiales con respecto a la religión, y produjo mala impresión la parodia de sermón pronunciada desde el púlpito por Monteagudo, quien revestido de ropas sacerdotales se refirió al tema “La muerte es un sueño eterno”.

En todo momento, Castelli se mostró diplomático con los obispos, por eso escribió al arzobispo de La Paz instándolo a regresar a su diócesis.

No se pudo evitar que la mayoría de los altoperuanos tuviesen la impresión de que los revolucionarios eran ateos.

 

Debido a la asonada del 6 abril 1811, los “precursores” que defendían las ideas de Moreno fueron destituidos y desterrados: Rodríguez Peña, Vieytes, Larrea, Donado y French.

Muy mala impresión causó en Alto Perú la discordia que se había encendido en la capital de la revolución.

El virus de la anarquía había ganado las entrañas del ejército y minado la confianza de la población altoperuana, que se sentía muy diferente a los porteños en educación, carácter y modo de ser.

En sus incesantes disertaciones, el representante no cesaba de repetir que la revolución se hacía para otorgar la libertad al “pueblo americano”, y que la patria era América (se entiende que América española). Pero las disensiones que se manifestaban desde Montevideo, Paraguay y Lima sembraban la desconfianza.

 

La Junta, empeñada en reducir las atribuciones de su representante, le había prohibido cruzar la frontera del ex virreinato. Castelli entonces pactó un armisticio con Goyeneche el 16 de mayo, que tendría vigencia hasta el 25 de junio.

La tregua no ayudó al ejército patriota, pues debido a la inactividad las divisiones latentes o declaradas se iban profundizando.

El 6 de junio se produjo un combate entre dos pequeñas avanzadas, con lo que de hecho el armisticio se dio por terminado.

 

El ejército patriota contaba con 6.000 soldados, el realista con 8.000.

La batalla, llamada Huaqui o Desaguadero, se produjo el 20 de junio de 1811. Se cometieron inexplicables errores, pues Viamonte no auxilió a Díaz Vélez, en cuyo sector se produjo el ataque principal, la caballería de Cochabamba llegó al terreno con diez horas de tardanza y la infantería de La Paz en gran parte desertó o fugó.

Perdida la batalla, se produjo el pánico que determinó el desastre. Con sólo 50 soldados muertos, el ejército no pudo retirarse en orden, sino que hubo un verdadero desbande.

Viamonte narra que “se apoderó de todos los hombres un terror extraordinario, cuyo origen no he podido comprender aun”.

 

El retroceso de lo que quedaba del ejército auxiliador a través del Alto Perú fue una verdadera odisea, pues varios meses antes de la batalla los realistas estaban conspirando y dispuestos a rebelarse. Propietarios mineros, nobles, obispos y confinados que habían sido perdonados reunían armas para el momento oportuno.

La mayoría de la población negó a los patriotas todo tipo de colaboración, no podían entrar en los pueblos y ciudades porque se los recibía como a enemigos.

A pesar de los intentos para reagrupar a las tropas, una rebelión en Potosí y el triunfo de Goyeneche en Cochabamba obligaron al repliegue definitivo hasta Tarija y Jujuy.

Mientras tanto, Pueyrredón consiguió retirar los caudales de oro y plata que existían en la Casa de Moneda de Potosí, cargados en 400 mulas en secreto durante la noche, para que no cayeran en poder del enemigo.

El ejército fue seguido por un cortejo de emigrados, patriotas altoperuanos.

 

El 26 de agosto Castelli recibe la notificación de que la Junta ha decretado el fin de su representación, y le ordena presentarse en Buenos Aires. Cuando llega a Tucumán, no puede continuar el viaje porque se ha agotado su dinero, ya que ha empeñado su moderada fortuna en el desempeño de su comisión y su equipaje ha sido robado.

La Junta de la ciudad de Tucumán le entrega una suma de metálico para que pueda continuar el viaje.

 

En el Alto Perú, Castelli llegó a la cumbre de su vida. Ya presentía que, a orillas del lago Titicaca, iba a finalizar su carrera política. En la carta a Funes, cuando sale de Córdoba, le escribía: “A Dios, vamos al Desaguadero, donde mi último servicio sellará la vida de la Patria, con la muerte natural o civil para mi país”.

 

En diciembre 1811 llega a Buenos Aires, y cumpliendo instrucciones del gobierno se presenta detenido en un cuartel. Dos meses más tarde se hizo un proceso, al mismo tiempo que eran juzgados los militares que actuaron en la campaña al Norte.

En mayo 1812 aparecen los síntomas de la enfermedad que lo llevaría a la muerte, razón por la cual en junio se da por cerrado el proceso, sin que se haya emitido resolución.

Murió el 12 octubre 1812, después de haber recibido todos los sacramentos. Fue sepultado en el templo de San Ignacio.

 

Así terminó la vida de Juan José Castelli, colegial del Monserrat, bachiller en artes de la Universidad de Córdoba, miembro de la Real Academia Carolina, Doctor en ambos derechos de la Universidad San Francisco Javier de Charcas, secretario del Consulado de Buenos Aires, abogado de la Real Audiencia, vocal de la Primera Junta y representante del gobierno en la campaña militar al Norte.


Por Gerardo Celemín

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