JOSÉ  MÁRMOL

 

Nació en Buenos Aires, 1817.

Se destacó como poeta, narrador, periodista y político.

Fue uno de los representantes más notables del Romanticismo literario en el Río de la Plata.

Estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires, pero abandonó la carrera pues se consagró a la política.

En 1839 fue detenido durante seis días por órdenes del gobierno de Rosas. Temiendo por su vida, se exilió en Montevideo, donde se reencontró con Alberdi, Florencio Varela, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez y Miguel Cané.

Escribió en periódicos como “El Nacional” de Andrés Lamas y “El Comercio del Plata” de Varela. Escribió numerosos dramas, novelas y poemas contra Rosas, destacándose siempre por su pasión y vehemencia.

 

A partir de 1844 inició la publicación en formato de folleto de “Amalia”, novela de costumbres y autobiográfica, que por entonces no pudo terminar.

Partió rumbo a Chile, pero las tempestades impidieron al barco doblar el cabo de Hornos, llevándolo sin escalas hasta Río de Janeiro. Desde allí, viajó nuevamente a Montevideo.

En 1847 publicó en esta ciudad seis cantos del poema “Cantos del peregrino”, autobiográfico y compuesto al compás de sus andanzas, aunque inspirado en el “Childe Harold” de Lord Byron.

También publicó dos dramas: “El poeta” en ese mismo año y “El cruzado” en 1851.

 

Después de la batalla de Caseros regresa a Buenos Aires. Es nombrado por Urquiza, director interino, como embajador en Chile, pero al producirse la Secesión de la provincia de Buenos Aires se frustró por segunda vez su viaje al país trasandino.

Terminó de publicar en Buenos Aires su novela Amalia, que editó en forma de libro en 1855, considerada la primera novela argentina.

Elegido senador provincial y diputado a la convención constituyente de 1860.

En 1865 es enviado a Brasil por el presidente Mitre, donde ajustó los términos de la Triple Alianza contra Paraguay.

En 1868 dirigió la Biblioteca Nacional, pero una grave enfermedad lo obligó a retirarse de toda actividad.

Fallece en 1871, durante la epidemia de fiebre amarilla y es sepultado en el cementerio de Recoleta.

 

“AMALIA”

Es la primera novela rioplatense. Relata el amor entre un hombre y una mujer jóvenes, que se malogra por causas ajenas a ellos, en este caso la violencia política.

El marco histórico es la ciudad de Buenos Aires en 1840, el “año del terror”, mientras se producía la campaña del general Lavalle y el bloqueo naval francés.

La novela comienza con el fallido intento de huida a Montevideo de Eduardo Belgrano, joven militar amigo de Daniel Bello, tal vez la personificación de Esteban Echeverría.

Belgrano es herido y Bello le salva la vida, llevándolo a casa de su prima Amalia, joven viuda tucumana de 20 años, que se encuentra en una quinta de Barracas.

Eduardo permanece allí escondido mientras suceden múltiples peripecias en la ciudad y alrededores, lo cual da oportunidad al autor para presentar a distintas figuras históricas como Juan Manuel de Rosas, su hermana Agustina Rosas, Manuelita Rosas, Encarnación Ezcurra y mister Mandeville, embajador de Gran Bretaña.

Eduardo y Amalia deciden casarse una vez repuesto él de sus heridas y escapar a Montevideo. Pero la Mazorca irrumpe en la quinta y mata a la pareja.

 

Los críticos consideran a “Amalia” una novela política, y como Mármol había vivido y sufrido el régimen de Rosas es también autobiográfica.

Parece haberse desdoblado en los dos personajes, Daniel y Eduardo, algunas de cuyas peripecias repiten las que pasó el autor.

A pesar de las tintas exageradas, de los contrastes rebuscados, acertó en la verdad del cuadro que presentaba.

Se propuso (según explicó en el prólogo) “describir en forma retrospectiva personajes que viven en la actualidad”.

Diez años separaban al novelista de lo novelado, pero creó la ilusión de una distancia mayor, hasta el punto de que hay críticos que la consideran como “novela histórica”.

El diálogo tiene extraordinaria vivacidad, los caracteres viven, y aunque muchas situaciones llevan la marca del folletín romántico, lo cierto es que se continúan dinámicamente, y el lector, por mucho que sonría, no suelta el libro. (Enrique Anderson Imbert).

 

 
Por Gerardo Celemín